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PRELUDIO

  • Ana Ocaña
  • 26 abr 2017
  • 1 Min. de lectura

Que te cosan a mi cuerpo niño,

que te amarren a mi boca,

que en el surco de tus dedos,

se quedó mi piel de roca

Que te desnduen las olas

frente al pliegue de mis ojos,

que tu mirada sea el humo que queda

en la chimenea de mi alma.

Y aunque me pesen los días,

desnudos de vivir como las garzas,

en vuelo y con prisa en las entrañas,

seguirán con sus alas

cruzando siempre mis ansias

de ser el paisaje del alba.

Amor consejero,

estandarte del milagro de mi vida

donde tu beso culmina

y tú, aturdido y encorsetado,

estarás como sereno

de las largas noches de invierno

donde me pierdo.

Yo te dejaré mi llave de sueños

y una caricia para que tu recuerdo

no pueda olvidarme.


 
 
 

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© 2017 por Ana Ocaña Azor

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